miércoles, 30 de octubre de 2013

DE AQUELLOS POLVOS...



Desde 1521 en que el Emperador Carlos presidiera la Dieta de Worms a la que fue llamado Martín Lutero a fin de que se retractara de sus tesis, pasando por la lucha de la España de Felipe II contra todos, hasta nuestros días, el papel en el mundo de la nación española ha ido perdiendo peso en proporción a su decadencia, quedando hoy relegada a un papel de comparsa de chirigota cuya voz  y reivindicaciones son desoídas con facilidad.

Acotando este problema a momentos más actuales, nos encontramos con que Zapatero hubo de ir mendigando al extranjero un lugar para España en el G-20. Gibraltar, donde esporádicamente nos aparcan un submarino nuclear, nos desafía con unos cuantos bloques de hormigón y tres patrulleras de costa. Argentina y Bolivia confiscan (que no expropian) a empresas españolas. La historia con Marruecos ni la cito por falta de espacio, y por si fuese poco, dentro de nuestras propias fronteras, un presidente de una región nos monta un guirigay secesionista. Todo ello gratis además. Ahora, le toca el turno de cruzarnos la cara al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Su fallo sobre la llamada Doctrina Parot, declarándola contraria al Convenio Europeo de Derechos Humanos, ha torcido un criterio avalado por la más alta jurisdicción española, como hicieron el Tribunal Supremo y el Constitucional en su momento.

El Reino de España ha fracasado en la labor que tenía de hacer prevalecer su criterio en la defensa de esta doctrina jurisprudencial, asunto de máxima sensibilidad a tenor de la gravedad de los hechos sobre los que recae. Terroristas, asesinos, violadores… destinatarios de los efectos de la Doctrina Parot, que muy probablemente abandonen la cárcel en breve como consecuencia del fallo de Estrasburgo.

Teorías sobre lo sucedido las hay para todos los gustos, desde los que achacan la responsabilidad del sentido del fallo del Tribunal al juez nacional, Luis López Guerra, hasta los que afirman que el Gobierno podría haber hecho y puede hacer mucho más en la defensa de esta doctrina. Ambas desembocan en una sola conclusión, dar cumplimiento a un supuesto acuerdo suscrito en el llamado proceso de paz, que propició la renuncia de ETA a la lucha armada. Mi opinión es que concurren ambos elementos. Pero lo uno y lo otro es fruto de la debilidad del Estado, de la debilidad de España.

No pretendo persuadir al lector de volver a aquellos tiempos en que en España no se ponía el Sol. Pero mi propia conclusión, es que una nación que no sabe reconocerse ni respetarse a sí misma, poco reconocimiento o respeto puede esperar de los que son completamente ajenos a ella, y de esto, somos culpables todos. Sólo cuando terminemos con las divisiones que nos separan y recuperemos nuestra unidad, volveremos a ser fuertes, y en consecuencia, respetados, dentro y fuera de España.

2 comentarios:

  1. Efectivamente, aunque convendrás conmigo que, en esa tarea, gobernantes de uno y otro signo hasta la fecha han colaborado más bien poco.

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    1. Más bien han obrado en sentido diametralmente opuesto

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