martes, 24 de junio de 2014

EL BURKA



Sucedió el pasado domingo. Pasando a la altura del inacabado Museo Íbero, observé algo que me hizo girar la cabeza, sorprendido por cuanto aquella imagen llamó mi atención. El motivo, una mujer (supongo), que iba cubierta desde la cabeza a los pies por uno de esos famosos, por desgracia, burkas; esas prendas que usan las mujeres de algunos países islámicos y que cubren por completo a quien está bajo esa vestimenta. Tan sólo a través de una rejilla a la altura de los ojos podía apenas vislumbrarse que había una persona debajo de aquella tela. Hasta el domingo, sólo había tenido ocasión de verlos a través de los telediarios, pero hace falta estar frente a esa imagen para comprender la verdadera dimensión de lo que representa el burka. No se trata solo de una saya. Esa prenda significa por sí misma la enorme diferencia cultural que media entre ambos mundos. El encarnado en aquella mujer ataviada con el burka, y el nuestro.

No es Jaén una ciudad que tenga una especial significación con la problemática migratoria, pero existen poblaciones en España, y especialmente en Cataluña, donde la mujer con burka no sería motivo de extrañamiento por cuanto es un fenómeno habitual. Es curioso que en estas condiciones se produzca en Cataluña un supuesto problema de identidad entre lo catalán y lo español cuando este tipo de realidades sociales revelan un conflicto más amplio, entre lo propio y lo extraño.

Desde la óptica de la generación a la que pertenezco por edad, unido esto a las características de una ciudad de tamaño medio como Jaén, un cambio se ha visualizado fuertemente. A lo largo de este tiempo, hemos comenzado a convivir con gentes de otras razas, otros países y otras religiones que hasta hace un tiempo eran algo insólito en estas tierras. El crecimiento económico atrajo el flujo de la inmigración a España y la alta implantación de negocios de extranjeros es un hecho incontestable. Más allá incluso, la naturalidad con que un niño de ocho o diez años convive en clase y tiene entre sus amigos a un oriental, un negro, un sudamericano o un musulmán era algo rarísimo hasta hace muy poco.

Sin embargo, el choque cultural existe. La cohabitación o coexistencia y su pacífico desarrollo, para evitar problemas de convivencia, pasan necesariamente por una integración real de esta población. Una implantación racional a través de la asunción de nuestras costumbres y del modo de vida occidental. Dejando a salvo, por supuesto, la libertad que cada cual tiene de profesar la fe que sienta.

Conviene saber anticiparnos a la gravedad de los conflictos que en otros países de Europa son hoy una realidad. Para ello no basta en caer en el argumento facilón de las bondades de la multiculturalidad. Tenemos, como es patente entre aquella mujer del burka y nosotros, una visión de la vida muy dispar. Que esa convivencia no termine en fracaso ni marginación pasará por la igualdad de derechos, pero igualmente, por el cumplimiento de sus obligaciones y de una identificación con nuestra sociedad, sus valores y normas.

martes, 17 de junio de 2014

EL ESTADO DE LA CIUDAD



El pasado viernes tuvo lugar en el salón de plenos del Ayuntamiento el debate sobre “el estado de la ciudad”. Los distintos grupos políticos con representación institucional en el consistorio municipal debatieron, en términos generales, acerca de la situación que atraviesa Jaén.

Mi particular visión sobre el estado de la ciudad es que ésta se asemeja mucho a la historia por la que, en paralelo, ha transcurrido el devenir del famoso tranvía a lo largo de estos tres años. La ciudad, al igual que el tren, se encuentra paralizada, en cocheras, incapaz de arrancar por motivos que solamente atañen a la envergadura y capacidad de los que el viernes pasado protagonizaban el debate, de los políticos locales. En primer lugar, Jaén, al igual que el tranvía, se encuentra parado por causas económicas. Es muy difícil que con la inmensa ruina financiera que sufre el Ayuntamiento de Jaén, se produzcan las realidades por la que esta ciudad y sus vecinos vienen suspirando desde hace años, justificadamente, en la búsqueda de unas promesas que fueron hechas y no llegan. Contra esta situación, muy adversa, se requieren mandatarios y responsables políticos que tengan voluntad y sean capaces de solucionar los problemas que se le presentan. Para ello fueron elegidos en unas elecciones a las que concurrieron libremente, ofreciéndose como portadores de los remedios que Jaén necesitaba para la resolución y el alivio de sus preocupaciones. Dicho lo anterior, de esta forma entronco con el segundo motivo por el que Jaén se encuentra así. Quienes deben cuadrar este rompecabezas se lavan las manos ante el mismo. Empezando por el alcalde (desconozco si debido a un error personal de estrategia política) es público y notorio a día de hoy el indisimulable afán de Fernández de Moya de buscar una salida a esa “silla eléctrica” que todo lo achicharra, el sillón de alcaldía. Tanto es así, que llegó a conocerse a su posible, y ¿finalmente? malogrado sucesor; Márquez, el concejal de Urbanismo. Pero no sólo el PP y su jefe deben pagar los platos rotos de este desaguisado en que se encuentra la ciudad de Jaén. La oposición representada por PSOE e IU se encuentra más ocupada por poner orden en sus maltrechas filas que en desempeñar ese papel de fiscalización, tan necesario, que supone el rol opositor. No se ha visto a lo largo de este tiempo una labor seria y creíble de oposición desde estos dos partidos que actualmente están representados en el Ayuntamiento.

Así, en esta tesitura, a lo largo de estos tres años de mandato, los jiennenses, o al menos, el que suscribe, vemos que Jaén, al igual que el tranvía, sucumbe al deterioro de su estancamiento, al abandono de las administraciones concernientes, a la incapacidad de los gobernantes y al enfrentamiento partidista. Volviendo a la comparación hecha entre el tranvía y la ciudad, seguiremos viendo que donde debía haber movimiento hay parálisis, que donde debía haber empleo hay paro, que donde debía haber germinación y flores hay rastrojo y donde debía haber consenso hay disputa.

martes, 10 de junio de 2014

EL SERVICIO DE FELIPE VI



La abdicación del rey D. Juan Carlos y el cambio en la Jefatura del Estado es una de las noticias más importantes en España desde la muerte de Franco en 1975 y la consiguiente evolución del sistema político español. Era evidente que ya no estaba en las mejores condiciones para el desempeño de su cargo, la naturaleza humana se impone y las debilidades propias de la edad impiden que una tarea de esa envergadura e importancia pueda ejercerse en las condiciones que se exigen. "Es lo mejor para España", afirmó el Rey. De otra parte, tampoco debemos olvidar los problemas acaecidos en sus últimos años de reinado, por todos conocidos, y que han llegado a poner en entredicho una institución, la monarquía, que hasta la fecha gozaba de pacífica asunción por la mayoría del pueblo español. La causa republicana ha ido ganando adeptos en España en los últimos años, no solo de la izquierda política, tradicional caladero de adeptos de esta forma de Estado, sino de la derecha también.

Más allá de consideraciones sobre la conveniencia del momento de la abdicación o del debate monarquía-república, la coronación del Príncipe de Asturias como el futuro monarca Felipe VI abrirá un periodo en el que es vital que se operen grandes cambios. El sistema se halla inmerso en un momento de crisis y fuerte contestación por la sociedad española como ha quedado de manifiesto en las últimas elecciones al Parlamento Europeo, reflejando una seria desafección a los dos grandes partidos que lo han venido representando. Son varios los asuntos que reclaman rápida y decididamente la intervención del nuevo Rey. El primero de todos ellos, por lógica, debe ser atajar la amenaza que supone el separatismo para la unidad de España. No se puede ser Rey de España si no hay España, y va siendo hora de que este desvarío que supone el independentismo toque a su final. De otra parte, tampoco se puede ser monarca de una nación socialmente convulsa, que tiene motivos más que sobrados para estar descontenta, por problemas de crisis económica y de corrupción. Problemas que preocupan y mucho a los españoles como es patente. El pueblo clama por una solución en la que el nuevo monarca deberá de trabajar prioritariamente.

Entiendo, que sin una fuerte determinación en este sentido, el cambio en la Jefatura del Estado no supondrá nada, más allá de un intento de alargar en el tiempo, una estructura, la del 78, que a mi entender necesita de forma ineludible un replanteamiento parcial que satisfaga las legítimas aspiraciones de la nación española. En caso contrario sucederá con toda probabilidad la repetición del colapso que sepultó la Restauración monárquica del siglo XIX en que se produjo el agotamiento de aquél régimen por dejar de servir a los intereses de la Nación, y que cayó por su propia ineficacia para dar contestación a los problemas de la sociedad española de aquel tiempo.

Es necesario que el nuevo Rey sepa identificar y solventar con éxito estas cuestiones para impulsar un Estado, al servicio de la Nación.

martes, 3 de junio de 2014

¿LIBERTAD PARA QUÉ?



Fernando de los Ríos fue un político español dirigente del PSOE durante los tiempos de la Segunda República. Cuenta en su obra “Mi viaje a la Rusia soviética” (1921) que en el citado viaje a la Rusia bolchevique le preguntó a Lenin cuándo se iba a establecer la libertad en la Unión Soviética revolucionaria, este le contestó con su famosa pregunta "¿Libertad para qué?".

La respuesta dada por el líder soviético a la interrogante del político español cobra en Europa a día de hoy renovadas fuerzas añadiendo un matiz muy preocupante. Aquella Rusia soviética era una dictadura marxista y en Europa tenemos implantada una democracia. Me explico.

Desde que se conocieron los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo hay dos noticias que destacan sobre todas. La primera es la decadencia de los partidos políticos llamados tradicionales. La segunda, el ascenso de partidos denominados mediáticamente “populistas” y de “extrema derecha”. Me centro en la segunda puesto que es consecuencia directa de la primera. Atendiendo al caso español, el éxito del partido Podemos, de Pablo Iglesias, ha desencadenado un torrente de feroces ataques públicos y burlas de muchos medios de comunicación y políticos. Se les ha tildado de demagógicos, populistas, marxistas, bolivarianos… Para el caso del vencedor de las elecciones en Francia, con una cuarta parte del voto emitido, el Frente Nacional de Marine Le Pen, “extrema derecha” es el apelativo más suave que han empleado en su descripción algunos políticos franceses, incluso su gobierno, y bastantes medios de comunicación que han informado de su victoria sin paliativos. Intentos de aislamiento y linchamiento.

Más allá de las opiniones, lo cierto es que los resultados obedecen unívocamente a un profundo rechazo con lo experimentado hasta el día de hoy y a unas ganas de cambio y de efecto revulsivo que son ya imposibles de sofocar. Los cinco eurodiputados de Podemos y el 25% de los votos del Frente Nacional francés (hechos que tomo como ejemplo de entre otros tantos países) tienen en la juventud y los trabajadores de humilde condición la principal fuente de la que se nutre su electorado, como ha sido comprobado. Son estos los principales perjudicados por esta situación a la que nos han traído las formaciones políticas imperantes hasta el presente, responsables de hallarnos inmersos en esta mediocridad por la torpeza y desidia de los que ahora se encargan de avivar los miedos frente a este tipo de partidos que han hechos de su mensaje un espejo de un sentir que ya no es minoritario. Por tanto, yo me pregunto quiénes son los llamados partidos políticos tradicionales o sus medios afines para criticar a estas formaciones, tanto en sus políticas como sus representantes. Hemos visto y conocido cuál es el resultado de sus obras y sus soluciones, y además son sus políticos, no pocos, ni otros, los que hasta la fecha han protagonizado los telediarios por sus escándalos de corrupción, de derroche, de fraude, de cuentas en Suiza, etc.

Por estas razones, el ataque, la censura que sufre el voto que se aparta de lo “políticamente correcto”, lleva a pensar hasta qué punto podemos hablar de una verdadera libertad en el voto, ¿Libertad para qué?