martes, 25 de marzo de 2014

PUDO PROMETER, PROMETIÓ Y CUMPLIÓ



Desde que el viernes de la semana pasada el hijo de Adolfo Suárez anunció la inminencia de la muerte de su padre y producido el fallecimiento del ex presidente del Gobierno, la información se ha centrado en estos días en su figura. Por edad, es información y no conocimiento directo lo que sé acerca de Adolfo Suárez y de la época que le tocó vivir, la Transición.

Para los que no habíamos nacido aún cuando tuvo lugar la Transición española es una época que la tenemos representada como el proceso de devolución de la soberanía al pueblo español y fue en torno a varios valores como son el consenso, la conciliación y la generosidad en la cesión en sus planteamientos lo que consiguió dicho paso de un régimen a otro.

Es la actitud de pacto y de entendimiento lo que a día de hoy resalta la sociedad española cuando hace referencia al proceso de Transición. Después de la Transición se pudo conseguir un régimen constitucional, el del 78, que con sus luces y sus sombras al menos merece respeto y reconocimiento. Pero no fue sino a través de ese espíritu de entendimiento con que se consiguió dicho régimen constitucional que trajo para España el Estado social y democrático de Derecho.

No son pocas las voces que se alzan, entre ellas la mía propia, mirando hacia la Transición y la propia Constitución española, fruto de aquella, como germen de algunos de los males que nos afectan hoy en día. Problemas institucionales por la crisis en que han entrado algunas de las instancias de dirección política, problemas territoriales por el desmadre y la sinrazón que a la postre han supuesto las CC.AA. problemas de tipo social, económico. Efectivamente, hay algunos de estos problemas que vienen arrastrando de aquel tiempo por la imperfección con que a mi juicio se cerró aquella etapa, la Transición y todo el desarrollo del Estado que se planteó con ella. Pero sería sumamente injusto achacar al proceso de Transición o constituyente la responsabilidad de todos estos males. Lo verdaderamente problemático no fueron tanto las bases que se plantearon en la Transición, sino en cómo han sido desarrolladas durante todos estos años de democracia, haciendo en muchos casos auténtico abuso de unas formas que fueron concebidas con otro espíritu. Es decir, nuestras instituciones o administraciones pueden ser originariamente imperfectas, cierto, pero son los políticos quienes tienen la obligación de hacerlas responder al interés general y no lo hacen.

En cualquier caso, en la Transición se planteó un objetivo, y el objetivo se cumplió, pero esto fue posible gracias al pacto, a que supieron dónde se encontraban sus propios límites, hasta dónde se podía pedir o apretar. Ese espíritu se ha perdido y de ahí que no sea fácil superar muchos problemas. Los gobiernos legislan sin tener en consideración al resto de partidos políticos y cada cual hace de su respectiva parcela de poder su cortijo particular donde el espacio para el consenso es la excepción.

Por este motivo, más que con una determinada acción concreta, de la época que encarnó el ex presidente Suárez, y de él mismo, me quedo con su espíritu, el de la avenencia, la concordia y la generosidad.

martes, 18 de marzo de 2014

SOBRE EL ABORTO



Hace aproximadamente una semana me hallaba compartiendo desayuno con un amigo y un grupo de personas a las que no conocía. El caso es que mi amigo llevaba en la solapa de su americana un pin de los que simbolizaron el rechazo a la reforma de la Ley del Aborto del anterior gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. Uno de los caballeros que compartían mesa con nosotros identificó el símbolo y le preguntó a mi amigo si era “pro-vida”, a lo que él le contestó que sí. Viendo aquel señor que acudíamos juntos al desayuno mi amigo y yo, me hizo a mí la misma pregunta. Sabía ya que aquel señor estaba en contra del aborto, pero a pesar de ello contesté con sinceridad siendo que lo fácil habría sido darle la razón, afirmar aquello que le hubiese gustado oír y evitar una discusión sobre el asunto. No fue así. Contesté que yo era partidario de los tres supuestos de aborto despenalizados por la Ley de 1985, esto es, aborto terapéutico (salud de la madre), ético (violación) y eugenésico (cuando se presume difícilmente viable la vida del feto), eso sí, observados estrictamente de forma que su aplicación fraudulenta (sobre todo el terapéutico) no supusiese un coladero como lo era aquella Ley de 1985 que acabó siendo una falacia. Por tal opinión recibí el apelativo de “abortista”.

Parto de la base de que lo único que nos diferencia a los ya nacidos del óvulo fecundado es el tiempo, reconociendo en consecuencia que esa primera etapa de vida es genuinamente vida humana y no otra cosa. Por tal motivo, debe de tratarse el asunto del aborto con todas las precauciones y cautelas debidas. Sin embargo, ello no debe ser obstáculo para reconocer que hay situaciones, recogidas esencialmente en esos tres supuestos anteriormente despenalizados, que hacen que llegado el caso sea comprensible plantearse el dilema. Pongamos que la salud de la madre peligre realmente si continúa con el embarazo. Lógicamente ha de ser la madre quien decida, pero debe darse esa oportunidad de decidir. De igual forma opino ante un caso extremo como la violación y aquel en que el feto presente tales taras, físicas o mentales, que hagan de la vida un suplicio en sí misma. No creo ser abortista por opinar así.

No nos engañemos ni seamos hipócritas. La mayoría de los abortos que se producen tienen su causa en motivos esencialmente económicos, la imposibilidad material de criar a un hijo con el que no se contaba. Esa debe ser la tarea de la administración pública y de la sociedad, que toda mujer embarazada pueda tener a su hijo porque el motivo económico no sea impedimento para ello. A partir de ahí, con la seguridad de que el sustento y protección de su criatura estará garantizado podremos entrar a discutir la conveniencia de una ley más o menos permisiva o restrictiva, pero siempre sobre esa base.

Personalmente, teniendo en cuenta todo lo dicho, prefiero una ley de supuestos despenalizados a una la ley de plazos, pero no estaré de acuerdo en tener una ley restrictiva en apariencia para terminar aplicando una ley de forma fraudulenta como hasta 2010.

martes, 11 de marzo de 2014

AQUEL JUEVES 11 DE MARZO



Veinte, treinta, ¡cuarenta muertos!… Desde su micrófono de la Cadena Ser, Iñaki Gabilondo me informaba de la sucesión de los atentados del once de marzo de dos mil cuatro. En los escasos quinientos metros que separaban mi casa del Virgen del Carmen, la cifra de víctimas mortales que anunciaba la radio no paraba de aumentar. Parecía imposible, era una barbaridad. Hablaban de explosiones de trenes en Atocha, El Pozo del Tío Raimundo, caos, heridos, servicios de urgencias… Así, siguiendo todo lo que se estaba produciendo llegué hasta el instituto, la siguiente clase era de Sociología, había un revuelo considerable en los pasillos de alumnos y profesores, conocedores todos a esas alturas de la mañana de la matanza que estaba sucediendo en Madrid. Mi profesor llegó al aula con gesto grave y recto en la cara. Venía mirando hacia abajo, hacia el suelo. Durante aquellas horas los asuntos propios de las clases quedaron aparcados y con el ambiente necesariamente enrarecido por las circunstancias, las clases llegaron a su final.

A pesar de que hoy son diez los años que nos separan de aquel jueves 11 de marzo de 2004, todos recordamos lo que estábamos haciendo, con quién o dónde en el día en que en Madrid tuvieron lugar los atentados más graves de la historia de Europa. No se olvida un día en que asesinan a 192 personas en tu país.

Pero si bien el recuerdo se hace perenne y resiste al paso de los años, mucho más efímera fue la unión que la repulsa a los atentados propició en España. Desgraciadamente para todos, en el momento en que la autoría de los atentados comenzó a apellidarse de tal o cual forma, es decir, de ETA o Al-Qaeda, otra “bomba” explotó e hizo saltar la unidad nacional sólidamente manifestada en las calles. Sin entrar a valorar lo hecho por el Gobierno y la oposición entonces, sí se habría debido tener claro que la acción terrorista estaba determinadamente dirigida a influir en el resultado de las elecciones del 14 de marzo. Hay que hacer un ejercicio encomiable de tancredismo para achacar a la casualidad la cercanía entre ambas fechas, de atentados y elecciones, y en consecuencia debieron de ser suspendidas o aplazadas. Ciertamente las elecciones generales no debieron de celebrarse jamás en ese clima de agitación que recorría España en aquel momento. Más aún, tal fue el trauma, que estaba por venir la división de las propias víctimas de los atentados. Mientras que unas fiaron la investigación y la responsabilidad de la masacre a la Justicia, otras no llegaron a estar nunca conformes con la versión formal de los hechos. Con episodios realmente desagradables como la organización de actos de homenaje por separado, e incluso ataques públicos cruzados, no ha sido sino hasta diez años después que habrá un acto unitario de recuerdo y homenaje.

El ataque que sufrió España y los 192 muertos demandaban cordura en este asunto que nunca debió dar lugar a división alguna, ni en la sociedad española, ni mucho menos en las víctimas de los atentados de aquel jueves 11 de marzo.

martes, 4 de marzo de 2014

EL PP ANDALUZ



Una vez finalizado el Congreso del Partido Popular de Andalucía celebrado este fin de semana en Sevilla, las impresiones que ha dejado tras de sí no han defraudado las expectativas de aquellos que gustan de desmenuzar la actualidad política con lente de aumento y bisturí. Es de justicia reconocer que no era un congreso cualquiera, en que meramente se produjese una cesión del mando de una ejecutiva a otra.

Más bien al contrario, el congreso del PP Andaluz tenía como trasfondo luchas intestinas de poder dentro de la propia formación regional, y allende Despeñaperros, más lucha a cuenta de la designación del candidato cantado (y frustrado) José Luis Sanz y el “tocado” por la gracia de Mariano, Juan Manuel Moreno Bonilla.

Fue esta precisamente la primera causa de polémica que ha venido protagonizando los días previos a la celebración del Congreso, también durante la celebración del mismo. Se daba por hecho que el nuevo presidente del PP Andaluz iba a ser el alcalde de la localidad sevillana de Tomares, José Luis Sanz, a la sazón, número dos del anterior presidente y valedor, Juan Ignacio Zoido. Cuando todo parecía que se iba a desarrollar sin sorpresa alguna apareció Juan Manuel Moreno Bonilla, Secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad y político malagueño. Al parecer, la mano de Javier Arenas en el PP tanto a nivel autonómico como nacional, es aún alargada. Juanma (según han venido sus propios compañeros a llamarlo de forma pública) contaba al momento de anunciar su candidatura con el apoyo de Mariano Rajoy y la vicepresidenta del Gobierno Soraya Saénz de Santamaría. En ese momento, la candidatura de José Luis Sanz, que lo era también de Dolores de Cospedal, murió en la orilla. Producido este cambio de planes de última hora, el que iba a ser sin duda el próximo presidente autonómico del PP, ni siquiera ha hecho el más mínimo amago de presentar su candidatura. Calló entonces y sigue callado ahora. Su gesto y su cara durante la celebración del Congreso lo decía todo.

Fue anunciarse la “oficialidad” (dicho en el más amplio sentido del término) de la candidatura de Moreno Bonilla y producirse la fotografía de los ocho presidentes provinciales del Partido Popular, que al unísono, en perfecta armonía y coordinación, estamparon su firma en los avales del malagueño. En ese momento concluyó la discusión, la tensión, el debate interno, y se abrió paso el “apoyo total”, el “cierre de filas”, la “unidad del partido” y el 98% de los votos que lo aúpan a lo más alto del PP Andaluz. Es decir, la misma cantinela de siempre.

Se daba por seguro que Fernández de Moya (no lo negó) iba a ser el Secretario General de la candidatura frustrada de José Luis Sanz, sin embargo, debe de conformarse con la Vicesecretaría de Economía. Ahora, llega el momento para José Enrique de saber si persistirá en ese intento de escapar del achicharrante sillón municipal o de si, como afectado por los daños colaterales del dedazo de Mariano, deberá aguantar en el puesto. No obstante, de forma velada, su intención de marcharse ha quedado evidenciada.