martes, 3 de diciembre de 2013

TARDE O TEMPRANO



Antes o después llegará un momento en que estos tiempos darán paso a otros nuevos. No sabemos todavía si serán mejores o peores que los que actualmente vivimos. Pero si entre ambos periodos tuviésemos aunque sólo fuera un pequeño instante, para reflexionar acerca de lo vivido en esta época marcada por la agitación, la decepción, la indignación y desdicha, no podríamos dejar de reconocer y agradecer el papel que la Iglesia ha desempeñado como elemento de consuelo, humanidad y resuello para tantas personas que la han necesitado y no les ha fallado.

Sé que estas palabras que escribo, ni está de moda decirlas, ni gustarán a todos, que por supuesto, tendrán sus motivos para opinar en otro sentido. Pero es mi criterio alabar sinceramente la labor ejercida por la Iglesia. Dos milenios del lado de los que el mundo y el Hombre, en su peor faceta, han arrojado a una vida de sufrimiento. Sea por enfermedad, atendiendo incluso a aquellos a los que nadie quería ni acercarse, sea por pobreza, representando el último recurso para el hambriento, por soledad, marginación, etc. la Iglesia ha supuesto y supone un elemento imprescindible en la vida de la persona.

Esta asistencia carece de todo límite porque quienes la procuran lo hacen por fe. No es por ética, ni por estética. Todas estas últimas razones desembocan en cansancio y abandono y además, son ampliamente superadas por quienes realizan este cometido por ser su creencia y firme asentimiento, la de obrar con rectitud e interiorizarlo como fundamento de ser. Hacerlo por fraternidad, es decir, tenerse como hermanos, que supera por mucho a la solidaridad, que se ejerce con el extraño.

Bien es sabido los muchos y muy graves errores y desmanes, cuando no crímenes, que han sido cometidos por los integrantes de la Iglesia, desde los laicos hasta el mismísimo Papa, pasando por los distintos estratos que conforma el clero. Seguramente se siguen cometiendo incluso en el presente. Pero en ese “canasto” la virtud de las manzanas sanas es muy superior a las de las podridas.

Por desgracia no es necesario acudir a la lejanía de las misiones para comprobar este encomiable esfuerzo. Está presente en nuestra ciudad, en Jaén, y es que quiero concluir estas líneas resaltando la impagable función de todos los voluntarios que se afanan a diario sacrificándose por el prójimo. Todos aquellos que en estos días, a pesar del frío y las fechas, más propicias para otros menesteres, acuden a las puertas de supermercados a recoger alimentos, a aquellos que con tanto cariño los preparan y los sirven en el comedor de la iglesia de Nuestra Señora de Belén y San Roque, aplacando el hambre de tantas personas que además de alimento encuentran consuelo y amparo, porque no sólo de pan vive el hombre. A todos ellos mi admiración más profunda porque demuestran a diario que a pesar de la dureza del momento no faltan quienes no dudan en darse a los demás como lo que somos, hermanos. Esta bondad, será reconocida como debe tarde o temprano.

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