lunes, 25 de enero de 2016

PALABRAS



El don de la palabra ha sido y es una virtud reservada a muy pocos, a los que por su aptitud y por el cultivo de la disciplina de la oratoria, han sido agraciados con la relevancia que el empleo de su verbo ha hecho famosos. Sin embargo, para que el fluir de las frases que conmueven las pasiones de quienes las escuchan tengan su resonancia en las mentes y los corazones a los cuales van destinadas, no basta con que el mensaje venga envuelto en la estética y la potencia sublimadora del sentimiento, sino que además se hace necesaria una moraleja, un sentido y un buen fin del enunciado, porque de lo contrario, el resultado se antoja desdeñoso y el desdoro a tanto halago torna en vana retórica.

Honorables vocablos como diálogo, igualdad, participación, solidaridad, entendimiento, consenso, democracia, libertad… son términos de los que a fuerza de haber practicado históricamente, y a nuestro pesar, lo contrario, hemos aprendido todos ellos están netamente dotados de irrevocable provecho en aras del bien común. Pero cuando estos nobles y elevados méritos del hombre son utilizados con ligereza y sin reparar en la envergadura simbólica que poseen, y lo que es peor, cuando son empleados por aquellos que los degradan a la bajeza del eslogan, pierden todo su contenido quedando vacíos de significado. Tanta protección ha merecido la palabra que incluso por fe y creencia se prohíbe pronunciar el Nombre y tomarlo en vano, y otras, han quedado reservadas a los iniciados y maestros. Y es que su valor es preciado.

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