martes, 18 de marzo de 2014

SOBRE EL ABORTO



Hace aproximadamente una semana me hallaba compartiendo desayuno con un amigo y un grupo de personas a las que no conocía. El caso es que mi amigo llevaba en la solapa de su americana un pin de los que simbolizaron el rechazo a la reforma de la Ley del Aborto del anterior gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. Uno de los caballeros que compartían mesa con nosotros identificó el símbolo y le preguntó a mi amigo si era “pro-vida”, a lo que él le contestó que sí. Viendo aquel señor que acudíamos juntos al desayuno mi amigo y yo, me hizo a mí la misma pregunta. Sabía ya que aquel señor estaba en contra del aborto, pero a pesar de ello contesté con sinceridad siendo que lo fácil habría sido darle la razón, afirmar aquello que le hubiese gustado oír y evitar una discusión sobre el asunto. No fue así. Contesté que yo era partidario de los tres supuestos de aborto despenalizados por la Ley de 1985, esto es, aborto terapéutico (salud de la madre), ético (violación) y eugenésico (cuando se presume difícilmente viable la vida del feto), eso sí, observados estrictamente de forma que su aplicación fraudulenta (sobre todo el terapéutico) no supusiese un coladero como lo era aquella Ley de 1985 que acabó siendo una falacia. Por tal opinión recibí el apelativo de “abortista”.

Parto de la base de que lo único que nos diferencia a los ya nacidos del óvulo fecundado es el tiempo, reconociendo en consecuencia que esa primera etapa de vida es genuinamente vida humana y no otra cosa. Por tal motivo, debe de tratarse el asunto del aborto con todas las precauciones y cautelas debidas. Sin embargo, ello no debe ser obstáculo para reconocer que hay situaciones, recogidas esencialmente en esos tres supuestos anteriormente despenalizados, que hacen que llegado el caso sea comprensible plantearse el dilema. Pongamos que la salud de la madre peligre realmente si continúa con el embarazo. Lógicamente ha de ser la madre quien decida, pero debe darse esa oportunidad de decidir. De igual forma opino ante un caso extremo como la violación y aquel en que el feto presente tales taras, físicas o mentales, que hagan de la vida un suplicio en sí misma. No creo ser abortista por opinar así.

No nos engañemos ni seamos hipócritas. La mayoría de los abortos que se producen tienen su causa en motivos esencialmente económicos, la imposibilidad material de criar a un hijo con el que no se contaba. Esa debe ser la tarea de la administración pública y de la sociedad, que toda mujer embarazada pueda tener a su hijo porque el motivo económico no sea impedimento para ello. A partir de ahí, con la seguridad de que el sustento y protección de su criatura estará garantizado podremos entrar a discutir la conveniencia de una ley más o menos permisiva o restrictiva, pero siempre sobre esa base.

Personalmente, teniendo en cuenta todo lo dicho, prefiero una ley de supuestos despenalizados a una la ley de plazos, pero no estaré de acuerdo en tener una ley restrictiva en apariencia para terminar aplicando una ley de forma fraudulenta como hasta 2010.

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