martes, 18 de febrero de 2014

MÁS GRAVE QUE LA CRISIS



Por desgracia, vivimos en un mundo en que se producen cotidianamente un aluvión de sucesos que nos embargan de pena y tristeza por el sufrimiento que implica a sus víctimas. Son muchísimas las calamidades y las adversidades de las que tenemos conocimiento. Muchas, las más, tienen que ver con la violencia. Las guerras, los genocidios, las limpiezas étnicas, la persecución religiosa o aquella que desencadenan actos terroristas provocando auténticas matanzas y baños de sangre indiscriminados. Hacen conmoverse al más endurecido de los corazones y suponen la degradación del género humano. Otras veces es la impredecible e incontrolable fuerza de la naturaleza la que nos recuerda puntualmente nuestra fragilidad y subordinación. Catástrofes naturales como terremotos, inundaciones o huracanes, provocan tan elevado número de muertos, que en casos como el maremoto que afectó a Japón o el terremoto de Haití, elevan a cataclismo sus estragos y pérdida de vidas. Incluso la crisis económica que padecemos no provoca poco sufrimiento a quienes más despiadadamente la padecen. El hambre, la miseria, la desesperación y la injusticia nos repelen e indignan por el sufrimiento que conllevan. Son muchos y variados los males que nos acechan.

Sin embargo, personalmente, hay un tipo de mal en concreto que me es imposible no ya de soportar, siquiera de conocer. Es tanta la pesadumbre que siento al saberlo, que si puedo, cambio de canal, de emisora, o paso de página para no tener el más mínimo conocimiento de la noticia. Se trata del sufrimiento de los niños. Los niños son todos sin excepción criaturas inocentes, limpias, desprovistas de cualquier poso mínimo de maldad, sus corazones son puros y sólo van envileciéndose por las circunstancias que marcan sus vidas. La enfermedad, el padecimiento o el sufrimiento de un niño, hacen que se me salten las lágrimas y se me retuerzan las entrañas. Además de todo ello los niños están indefensos. Si no han tenido ocasión de conocer la maldad son incapaces de reconocerla en otro. Por este motivo, los crímenes contra los niños cometidos por aquellos desalmados indignos de ser considerados personas, son especialmente repugnantes. Qué dolor tan inmenso cuando se producen sucesos como el de Mariluz Cortés en Huelva, el de los niños Ruth y José en Córdoba, y así, tantos otros que me hacen pensar si quienes cometen estas atrocidades pueden estar en su sano juicio, pues dudo que una persona pueda ser tan exageradamente malvada para llegar a ese punto de depravación.

Dicho esto, no dejo de escandalizarme por la asiduidad en la aparición de noticias sobre abusos sexuales en niños que se produce en Jaén. La última la protagoniza el ladrón que por robar en una casa dio con unas cintas de vídeo de contenido pederasta y que posteriormente entregó a la Policía, descubriéndose un caso de abusos múltiples. Leo la prensa a diario y es extraño el día que dejan de informar acerca de abusos sexuales sobre menores. No sé si el lector habrá reparado sobre el particular, pero tamañas barbaridades son preocupantemente frecuentes en nuestras informaciones.

En definitiva, algo mucho más grave que una crisis económica aqueja a esta sociedad.

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