lunes, 16 de noviembre de 2015

CUESTIÓN DE SUPERVIVENCIA



Entre tanta elegía, ofrenda floral, velas, duelos, condolencias y composiciones fotográficas sobre los atentados del viernes trece de noviembre en París, que bien podrían procurarle un almibarado golpe de diabetes fulminante a una mismísima roca de sal marina, convendría no obstante señalar en honor a la verdad y a la consideración intelectual del pueblo, que estos atentados y la actividad sanguinaria del autoproclamado Estado Islámico no responde a un ataque belicoso contra la paz, la democracia o la libertad. Son estos últimos daños colaterales de lo que supone una lucha encarnizada y cruel por motivos religiosos. La chusma que el pasado viernes perpetró estos atentados, mata a cristianos y demás personas que no profesan su religión, no a demócratas. Y el diagnóstico no puede ser falso ni equivocado. No cabe hablar de problemas de integración o de marginación para quienes han nacido y crecido, como estas alimañas de París, en Estados presididos por el imperio de la Ley, la igualdad de oportunidades y el respeto a las creencias religiosas de las personas. En Europa, precisamente, no se han escatimado esfuerzos tanto económicos como de renuncias, a favor de la convivencia, para integrar a aquellos que han decidido seguir siendo unos extraños entre nosotros y además hostiles. Porque es de justicia y honestidad decir, que estos barbarismos hunden sus raíces en una religión, el Islam, arcaica y que impide el progreso colectivo y personal de aquellas sociedades donde es mayoría. Y por último, conviene señalar también, que por desgracia, no hay una solución amistosa ni política contra quien niega nuestro derecho a existir.

Una voz surge honda y ronca de una Europa adormecida y débil, y que debe de despertar de su letargo, tristemente, a golpe de bomba y fusil. Una voz que clame por una defensa de lo que es y de su derecho a serlo. Una voz que comprende que sus muertos no se lloran ni se ganan el homenaje, o la repulsa a sus verdugos, de allá donde proceden estos últimos. Una voz, que en palabras de Hollande, pronuncia “guerra”, y la guerra implica someter al enemigo por la fuerza de las armas, porque por la fuerza de las armas nos someterá él a nosotros hasta que Europa se convierta en una Siria o un Iraq, pasto de las bombas, la muerte y la sinrazón. Basta ya, sí. Pero basta ya de debilidad interior, de complejos y de imposturas.

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