martes, 15 de julio de 2014

SON NECESARIOS



Con la crisis económica que aún estamos atravesando a pesar de todas las soflamas, alharacas, peroratas y discursos halagüeños que quieren transmitir desde el Gobierno, han sido muchos los trabajadores que perdieron su empleo durante los primeros años de la misma, y o bien no encuentran uno nuevo o bien esa labor se les antoja ya una misión irrealizable. Me quiero centrar en el colectivo formado por aquellos trabajadores de edad madura, pero que aún son perfectamente válidos para desempeñar un trabajo. Son aquellos empleados de alrededor de los cuarenta y cinco años en adelante, que hasta la crisis económica han desempeñado con extraordinaria validez su profesión, cumpliendo perfectamente aquello que se les demandaba y se les exigía. Luego vino la crisis económica y perdieron el empleo, y si ya es difícil encontrar un trabajo para una persona joven, que acaba de concluir sus estudios universitarios, o de posgrado, no digamos ya las dificultades añadidas que se les plantean a estas personas, que a mi parecer, todavía tienen mucho que aportar dada su experiencia, su valor y su utilidad demostrados.

No hay derecho a que se les cierren las puertas del mercado laboral a trabajadores que durante décadas han cumplido con sus obligaciones en el trabajo, con la superficial y equivocada excusa, de que su edad no es la idónea para reemprender la actividad profesional en un puesto de trabajo distinto del que venía ejerciendo. Estas personas, además, son por lo general padres de familia, lo que implica, que debido al retraso cada vez mayor propiciado por esa misma precariedad laboral, con que los hijos abandonan el hogar y pueden en el mejor de los casos independizarse, tienen aún que sostener un hogar y sus inherentes necesidades económicas. De igual forma, es inaceptable, que a un señor o señora, que por edad es perfectamente competente, se le condene al paro hasta que en el más benévolo de los supuestos, pueda jubilarse, con la consiguiente merma económica que suponen todos estos años sin cotizar por estar desempleado. Pero no hablo ya de economía, de dinero, de sueldos. Vamos a hablar de autoestima, de sentimientos ¿Acaso no cuenta la sensación de frustración con que estas personas viven estos momentos? Estamos hablando de trabajadores que lo han sido, en muchos casos, desde que eran adolescentes, que llevan grabado a fuego el levantarse temprano, trabajar denodadamente y ser el sostenimiento de su hogar. Queda fuera de toda duda que todavía son absolutamente necesarios y cuentan con una experiencia práctica y una entrega que ningún título universitario o juventud son capaces de suplir.

Así, estos trabajadores asisten con justificada preocupación al trance por el que atraviesan dadas las circunstancias. Convendría que las instituciones públicas, véase Gobierno, Junta de Andalucía, Unión Europea, etc. al mismo tiempo que promueven planes de empleo juvenil, sepan también advertir la preocupante señal de alarma que supone abandonar al desempleo, pero sobre todo a la angustia y al desaliento, a toda una generación que ha demostrado, con toda una vida de sacrificio y esfuerzo, su capacidad y valía para seguir dando lo mejor de sí mismos.

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